Mis hermanos y hermanas, concluyamos nuestra reflexión con una pequeña oración: Dios, Padre misericordioso y eterno, purifica nuestros corazones de la arrogancia, la soberbia y la envidia. Danos un espíritu de humildad y servicio para que podamos ser discípulos misioneros y servirte con fidelidad en los demás y saber confiar en tu Divina Providencia, sabiendo que todo está en tus manos. Te lo pedimos por tu Hijo, Jesucristo, en el amor del Espíritu Santo. Amén.